viernes, 26 de abril de 2013

Regeneración del monte quemado: ¿borrón y cuenta nueva?

por Rafael Yus Ramos
GENA-Ecologistas en Acción

El 13 de febrero del 2012, tras extinguirse el incendio del valle del Genal, que calcinó 750 hectáreas, el Presidente de la Diputación Provincial de Málaga visitó la zona incendiada y, sin consulta previa a los restantes partidos políticos de esta entidad, prometió que la Diputación invertirá 800.000 euros en un plan de reforestación sobre unas 150 hectáreas. Poco después, de producirse el terrible incendio de Barranco Blanco (agosto-septiembre del 2012) que arrasó más de 8.000 ha de suelo forestal, en marzo del 2013, el mismo político, con ocasión de la inauguración de un vivero de especies forestales en Benamocarra, anunció que en este vivero se cultivarán 500.000 árboles que posteriormente se destinarán para repoblar la zona afectada por el incendio de Barranco Blanco. Es como si, desde el ámbito político, se pretendiera tranquilizar a la población con una retórica de “borrón y cuenta nueva” o “aquí no ha pasado nada”.










Tales manifestaciones son relativamente frecuentes desde  el ámbito político, a sabiendas de que calará en un electorado consternado por la magnitud de este tipo de catástrofes, sean naturales o provocadas . Tras un incendio, la población local y la población que ha hecho uso y disfrute de la zona calcinada, sienten que se ha producido allí una terrible herida que se extiende más allá del medio físico para hundirse en lo más profundo de los sentimientos. Contemplar un área arrasada por el fuego, donde la negrura de la calcinación sustituye al verde vergel que hasta hace poco cubría una zona forestal, no deja de ser uno de los peores momentos que una persona puede vivir sobre algo que no esté tan apegado como su familia y su vivienda. Por este motivo, esta población sensibilizada por la catástrofe agradecerá siempre que, desde el sector público, gobernado por políticos, existan expresiones de aliento como las señaladas anteriormente. Ahora bien ¿esto es así de simple? Pese a que comprendemos este tipo de reacciones, tenemos nuestras reservas sobre la conveniencia de aferrarse a este tipo de planteamientos simplistas que, al contrario, podrían tener un efecto perverso sobre la actitud social hacia los incendios forestales. Para ello abordaremos lo que consideramos que son “mitos de la reforestación”.


1º Mito: Si los árboles se quemaron, sólo es cuestión de plantarlos de nuevo

Este mito se sustenta, por un lado, en la idea ingenua de que el bosque está compuesto únicamente por especies arbóreas, o bien en la idea, igualmente ingenua, pero a menudo sostenida desde el sector forestal franquista, de que los únicos elementos forestales interesantes son los árboles. En efecto, desde una perspectiva productivista, que es la que ha primado los planes de forestación llevados a cabo desde que se constató que el bosque es un recurso no renovable (ahí están los extensos territorios baldíos donde anteriormente existía bosque). El bosque siempre ha sido una fuente de riqueza, principalmente de madera, un recurso básico para la construcción de todo tipo de objetos, especialmente barcos. Con esta mentalidad, los bosques arrasados se empezaron a tratar mediante la plantación de nuevos árboles, en fase juvenil, tomados de viveros creados al efecto. Dado que los árboles autóctonos eliminados (ej. encinas, robles, etc.) son de crecimiento lento, se empezaron a utilizar especies alóctonas de crecimiento rápido (ej. pinos, eucaliptos, etc.).


Obsérvese que en estos planes, el objetivo no es la recuperación del bosque, sino el disponer de ese recurso maderero de una forma cíclica, como se hace en la agricultura con sus ciclos de cosecha/plantación. Sin embargo, este tipo de actividades, pese a que aparentemente pueda dar una sensación de recuperación, en realidad son sistemas altamente empobrecidos porque en ellos se ha reducido drásticamente la biodiversidad vegetal y, con ello, la biodiversidad en general, así como los flujos de materia y energía que normalmente existirían en el bosque autóctono. La base de este error es colocar el árbol en lo más alto de la jerarquía forestal, sin tener en cuenta que un bosque tiene muchos más estratos tanto o incluso más importantes: muscinal, herbáceo, arbustivo (con diversas categorías) y escandente. Si se ha de regenerar un bosque jamás se debe olvidar la existencia de estos estratos, de lo contrario reproduciríamos un agrosistema más que un ecosistema.

Por lo tanto, para regenerar un bosque hay que partir del conocimiento profundo y detallado de las características biológicas y ecológicas de ese bosque antes de perderse en el incendio. Los estudios geobotánicos nos pueden aportar las series de vegetación (climatófilas y edafófilas) existentes antes del incendio, así como listas de especies herbáceas, arbustivas y arbóreas, su densidad relativa, etc. Lo ideal sería abordar las labores de forestación siguiendo el proceso sucesional del bosque: primero las especies herbáceas y arbustivas bajas, luego las arbustivas más altas y finalmente las arbóreas, en sucesivos ciclos plurianuales, conforme se vaya comprobando el avance de la cobertura vegetal y la reproducción y dispersión espontánea de las especies, sin necesidad de apoyo humano externo.

2º Mito: Si plantamos árboles, dentro de poco tendremos el bosque regenerado

Derivado del mito anterior, según el cual el bosque es esencialmente árboles, se considera que la plantación de árboles nos devolverá el bosque en un plazo breve. También es un error que deriva de la concepción agrícola de la reforestación: sólo hay que esperar el ciclo normal de cultivo/cosecha para lograr recuperar un bosque. Sin embargo, las cosas no funcionan así cuando hablamos de bosques, y aquí hay que recordar las tipologías de Raunkiaer, que clasifica a los vegetales según la forma en que resuelven el periodo adverso (en nuestro contexto, el invierno). En este sentido, el único tipo vegetal que tiene un ciclo anual son los llamados terófitos, que son las plantas anuales, es decir las hierbas que florecen una vez al año y pasan en invierno en forma de semilla. El resto de los tipos pasan el invierno en forma de órgano resistente bajo tierra (criptófitos), sobre el suelo (hemicriptófitos), cerca o dentro del suelo (caméfitos) y en forma de yemas (fanerófitos). Los arbustos medios (garriga) y altos (maquia) y los árboles, son las especies leñosas que en teoría tienen una vida mucho más larga y un ritmo de crecimiento variable, pero mucho más lento de lo que se podría esperar de un cultivo agrícola.

Ante este hecho, y en el marco conceptual del bosque como explotación, si el bosque autóctono era de frondosas quercíneas (ej. encinas, robles, etc.), plantarlos de nuevo supondría detener la producción durante un periodo no inferior a un siglo para que alcancen la productividad que tenía anteriormente. Por ello, desde el ámbito forestal la solución ha venido siendo la plantación de especies de crecimiento rápido, principalmente pinos y, para fines industriales (ej. fabricación de papel) especies alóctonas como los eucaliptos. Pero entonces nos encontramos con nuevos problemas. Si lo que se ha ido explotando son pinos de una determinada especie, y se repuebla con otros de su misma especie, en principio no debe ocurrir nada especial (salvo que la explotación haya dañado también al resto de arbustos existentes en la zona), pero esto no es lo más frecuente, sino que se plantan pinos donde antes había encinas o robles, lo que significa introducir elementos extraños en un sistema configurado de forma equilibrada para otras especies arbóreas. Lo mismo ocurre si introducimos especies exóticas como los eucaliptos. En ambos casos el sistema se tiene que enfrentar con un nuevo problema: el hecho de que las hojas de estas especies alóctonas producen sustancias químicas que impiden el crecimiento a otras que, siendo arbustivas (o incluso arbóreas), intentan crecer bajo sus copas. El resultado es que en un plazo de unos 50 años, efectivamente habremos recuperado una masa forestal arbórea, pero monoespecífica y altamente empobrecida en especies.

3º Mito: Hay que plantar siempre con especies autóctonas, como las Quercíneas

Este mito es el resultado de una mala interpretación, una generalización, del principio aceptable de que si queremos regenerar un bosque tenemos que aspirar a que se regeneren las especies autóctonas y no introducir especies alóctonas. En efecto, ya hemos hecho referencia al problema que ocasiona un sistema de repoblación hecho con especies alóctonas como los pinos y eucaliptos, siendo su principal efecto, aparte de no regenerar las especies autóctonas, el crear un ambiente edáfico tóxico, donde no puede crecer la vegetación arbustiva. Pero este principio no debe aplicarse de forma inequívoca pues hay que tener en cuenta otros factores a la hora de optar por uno u otro sistema.

En efecto, el principal obstáculo que encontramos en una operación de reforestación es el estado del suelo. El suelo, hay que recordarlo, es algo más que un sustrato físico donde la planta o el plantó arraiga, sino que es fuente de nutrición para la planta, proporciones sales minerales que, para que no se agoten, tienen que ir renovándose mediante la actividad microbiana (hongos, bacterias) sobre los propios restos de las plantas. Sin suelo, no hay nutrientes edáficos, y sin éstos, no hay vida vegetal. Por mucho que nos afanemos en plantar quercíneas en un suelo arrasado por la erosión, jamás vamos a lograr sacar nada adelante. En estas circunstancias, lo aconsejable es detener la erosión y regenerar el suelo con materia orgánica procedente de especies que aporten materia orgánica y con ello, el progresivo enriquecimiento del suelo. Un testimonio de la idoneidad de esta estrategia la tenemos en lo que actualmente es el Parque Natural Montes de Málaga, donde a principios del siglo XX se adoptó un plan de forestación, para disminuir la escorrentía y detener las frecuentes inundaciones de la ciudad de Málaga, mediante pinos. Al cabo de unos 80 años, los pinos habían logrado aportar materia orgánica suficiente como para recuperar el suelo y hacerlo apto para plantar quercíneas autóctonas. Por ello, ahora se está procediendo a cortar los pinos y plantar encinas.

4º Mito: Los incendios forestales disminuirán con la conciencia ambiental

Hace cuarenta años, en la recién llegada televisión a España, el Estado puso un marcha una campaña contra los incendios con el eslogan: Cuando un monte se quema, algo suyo se quema, con mensajes dirigidos específicamente a la costumbre de tirar colillas encendidas desde los coches. Pese a que, con cierta sorna, algunos humoristas decían que el eslogan ocultaba el verdadero mensaje: Cuando un monte se quema, alguno suyo se quema...Señor Conde, lo cierto es que algunas encuestas certificaron que el mensaje de las colillas llegó a toda la sociedad española y la actitud declarada era comprensiva sobre el motivo del mensaje. Posiblemente disminuyeron los casos de individuos que tiraran colillas desde los coches, pero lo que sí es cierto es que los incendios prosiguieron.

Este mito también se ha extendido al medio escolar. Se piensa que, al igual que en la escuela se enseñan conocimientos académicos, también se pueden introducir conocimientos o principios morales sobre la preservación de la naturaleza. Es lo que se viene denominando Educación Ambiental. La idea se sustenta en que la educación ambiental, desde la tierna infancia, alimentará una actitud de cuidado frente a los incendios forestales, cuando estos aprendices se integren en la vida social activa como personas maduras y por tanto como potenciales agentes productores de fuego. De forma paralela, pero basándose en los mismos principios, cuando se produce un incendio, no faltan las iniciativas de determinados agentes sociales para organizar charlas y talleres en los colegios para “concienciar” a los alumnos sobre la lacra social y ambiental del fuego. Sin duda este tipo de actividades son necesarias y en realidad están regladas en los currícula escolares (otra cosa es que haya preparación y tiempo para abordarlas) y siempre viene bien la colaboración de estos agentes sociales para cubrir vacíos que a veces no cubre el sistema escolar. Pero, a la vista está, los incendios continúan y no con menos virulencia.

Lo que nos lleva a concluir que, con independencia de los esfuerzos educativos sobre los comportamientos deseables en entornos forestales para prevenir los incendios forestales, no han desaparecido los factores más importantes y responsables de la producción de incendios forestales. Desde medios gubernamentales se insiste en que la mayor parte de los incendios son “provocados” y, automáticamente, la gente piensa en el típico (pero no tan tópico) “pirómano”, una especie de demente que al parecer disfruta con provocar fuegos. Es posible que exista este tipo de personajes, pero la realidad demuestra que la mayor parte de las personas acusadas de producir incendios no son pirómanos, sino personas normales y corrientes, a menudo gente de campo, que tienen sus cultivos en zonas cercanas a zonas forestales y que, llevados por una confianza en su capacidad de controlar el fuego, han hecho fogatas para eliminar desbroces que accidentalmente se han propagado hacia zonas forestales, con consecuencias desastrosas ¿Esto ha sido por falta de educación ambiental?

Caso distinto es cuando un incendio se provoca para un determinado fin. Entre los fines se han encontrado cinco tipologías, algunas de las cuales podrían ir juntas: a) para levantar la protección del suelo y usarlo con fines urbanísticos; b) para sacar madera del monte a precios irrisorios o incluso gratis, c) para justificar la plantación de especies de crecimiento rápido; d)mantener o recuperar el puesto de trabajo en los servicios de extinción y e) para vengarse de su dueño por alguna cuenta pendiente entre ambas partes. Todos estos personajes saben perfectamente lo que es un incendio, hasta el punto de que también saben cómo provocarlos de manera efectiva, es decir, que sea difícil o imposible dominarlo. Estos no son ciudadanos normales que requieren conciencia ambiental, ni trabajadores del campo descuidados que deben extremar las precauciones, sino delincuentes que deben ser castigados de forma severa y ejemplarizante.

Es difícil controlar algunos de estos factores, pero algunos son relativamente sencillos de conseguir. Por ejemplo, antiguamente, una vez producido un incendio en una determinada zona, el ayuntamiento podría recalificar la parcela para que fuese urbanizable. Esto ha estado funcionando de formar perversa en nuestro país hasta que se decidió cambiar la legislación (artículo 50 de la Ley 43/2003 de Montes) para que el monte quemado no pudiera ser recalificado hasta un plazo de 30 años. Sin embargo, actualmente se está barajando la posibilidad de levantar esta prohibición en una nueva redacción de la Ley de Montes, para facilitar el cultivo de especies vegetales con fines energéticos (biocombustibles), lo cual podría alentar nuevos incendios.

5º Mito: Tras un incendio hay que eliminar la madera quemada

Este mito está relacionado con la idea de que aquello que ha ardido está perdido para el monte, es “basura” que daña nuestra vista, y por tanto hay que hacer limpieza para empezar a construirlo de nuevo. Para satisfacer esta idea están las industrias madereras, dispuestas a hacer esta labor incluso gratuitamente, ya que la madera que se saca a menudo es recuperable, tan sólo ha sufrido una calcinación de su corteza, pero el interior está intacto. En esencia estos árboles todavía están vivos y si se les deja en el momento pueden llegar a recuperarse enteramente, pero esta labor de limpieza arrasa con todo, lo muerto y lo vivo. En realidad es un negocio redondo y podría alentar la provocación de incendios, ya que el beneficio es inmediato.

Pero el problema va más allá de esta creencia, pues estudios llevados a cabo en zonas incendiadas tan cercanas como Sierra Nevada, han puesto en evidencia que las parcelas en las que la madera quemada se deja en el campo se recuperan mucho  antes y, por tanto, hacen más económicas las labores de regeneración del bosque. En efecto, según esta investigación,   la extracción de la madera afecta negativamente a las condiciones microclimáticas mientras que, por el contrario, los troncos y ramas quemadas actúan como estructuras nodriza que reducen la temperatura del suelo y el estrés hídrico de las plantas. La madera quemada también actúa como un importante reservorio de nutrientes que se van incorporando al suelo, y la complejidad estructural que generan troncos y ramas protege a los juveniles de especies leñosas ante los herbívoros ungulados. Esto se traduce en una mayor tasa de reclutamiento y de crecimiento de brinzales de especies leñosas en caso de no sacar la madera, ya sean de regeneración natural o de reforestación. Además, la saca de la madera altera interacciones planta-animal claves para la sucesión natural, como es el caso de la dispersión de bellotas por parte de los arrendajos, que continúan dispersándolas hasta el pinar quemado en caso de no sacar la madera. Además, el coste de la reforestación en caso de proceder a la saca fue aproximadamente el doble que en caso de no intervenir tras el incendio, si se consideran los costos asociados a los trabajos de saca. Estos resultados evidencian que la saca de la madera quemada no debe realizarse indiscriminadamente y que, a pesar de que pueda ser necesaria bajo ciertas circunstancias, existen otros escenarios en los que puede usarse como un elemento que acelere la regeneración del bosque.

En conclusión, las reacciones políticas y sociales que se producen tras un incendio tan devastador como el ocurrido en la zona de Coín, Mijas y Ojén, al que se ha venido llamando el Gran Incendio de la Costa del Sol, pueden ser comprensibles desde el punto de vista humano, pero carecen de rigor científico y, llevados a un extremo, pueden ser contraproducentes. A los pocos días de declararse este terrible incendio, ya se había elaborado un Plan de Reforestación. Este tipo de reacciones, generalmente provenientes del ámbito político y de algunas iniciativas ciudadanas no sólo traslucen una ignorancia sobre los procesos y tiempos que precisa un espacio forestal para regenerarse, sino que pueden producir un falso optimismo, un efecto narcotizante, basado en el matrimonio del voluntarismo social y el oportunismo político, tras lo que a menudo se logran ocultar las responsabilidades políticas que han favorecido la catástrofe, tales como los cicateros recortes en las labores de limpieza y vigilancia del monte o la benevolencia hacia la construcción de viviendas en espacios forestales, la falta de beligerancia en la exigencia de planes de autoprotección contra incendios, y un largo etcétera que, con independencia de la causa primera de un incendio, aparecen como el marco propicio para que se produzca o agrave este tipo de catástrofes. De este modo, tanto el apoyo político para subvencionar la repoblación como el voluntarismo de entidades ciudadanas siempre dispuestas a organizar campañas de forestación, favorecen la opacidad de la profunda realidad de los hechos.

Todo ello se sustenta, además, por una serie de creencias en torno a cómo se regenera un bosque, como si de borrón y cuenta nueva se tratara, cuando lo aconsejable es empezar por acometer inmediatamente labores de retención de suelo ante la escorrentía que se produciría por las inminentes lluvias otoñales. A continuación hay que dejar que la naturaleza siga su curso, especialmente el brote de las especies autóctonas. Es cierto que no se van a recuperar inmediatamente las especies arbóreas, pero los “órganos durmientes” de cada tipo vegetal, sean yemas, bulbos o semillas, irán brotando poco a poco, incluidos algunos árboles que no fueron totalmente calcinados, cuyas yemas darán brotes que lentamente irán recuperando la frondosidad precedente. Estas especies resistentes, e incluso beneficiadas por el fuego (piénsese en especies cuya diseminación requiere altas temperaturas para poder liberar sus semillas, llamadas por ello “pirófilas”), irán aportando paulatinamente materia orgánica y regenerando espontáneamente el campo, lo que incluye especies autóctonas. De nada sirve empeñarse en cubrir amplias zonas de plantones de especies autóctonas, su crecimiento es lento y requieren mucho tiempo para lograr ese fin de restituir inmediatamente la realidad alterada. Al contrario, puede ser dañino, porque en estas operaciones a veces se realizan desbroces, se elimina leña quemada (la saca”) y otras labores de “limpieza y aclarado” que vienen en todos los manuales, cuando estos elementos eliminados son cruciales para la regeneración del bosque, especialmente aquellas especies no arbóreas autóctonas. En unos años se puede ir acometiendo un plan de reforestación, siguiendo las etapas seriales: pastizal, monte bajo, monte alto y bosque, conforme vaya desarrollándose el suelo. En este esquema de trabajo, los árboles (eso que la gente identifica como “bosque”) serán los últimos elementos a aportar en esta secuencia de regeneración, y a lo mejor hay que esperar un siglo para empezar a ver el fruto de esta regeneración. No es lo que la gente querría, a lo mejor no pueden llegar a ver el resultado de sus esfuerzos, pero es lo que tiene que ser, si lo que queremos es regenerar un bosque y no tener un cultivo de plantones que, ni de lejos, se parecería al bosque original.

1 comentario:

  1. Excelente análisis, sintético y a la vez completo.
    Pero una cosa que no me ha quedado claro: ¿no es posible compatibilizar, en el caso de regenerar el bosque tras un incendio, compaginar el brote de las especies autóctonas con una plantación adecuada de especies alóctonas (esto en relación con lo dicho acerca del 3º mito)?

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